jueves, 2 de noviembre de 2017


La ética y la memoria frágil


Las organizaciones sociales, funcionarios, políticos, periodistas y ciudadanos han olvidado dos elementos sustanciales para el desarrollo de los pueblos: la ética, entendida como el deber ser de la especie humana,  que influye en la construcción de una sociedad  más justa, equitativa y solidaria. Por otro lado, se ha creado y difundido una percepción negativa de la política en la opinión pública al vaciarla de contenido y al alejarla  de la  vida cotidiana de los ciudadanos.
Se pretende posicionar en el imaginario colectivo que la política es  sinónimo de corrupción, de deshonestidad; una mala palabra, induciendo al ciudadano a la desidia frente a los asuntos públicos. Se pretende encargar esta práctica exclusivamente a los representantes de elección popular y  a los partidos políticos.
Después de 10 años de democratización de la política, a través de medios, formas, espacios y dimensiones, se ha iniciado el proceso de encargo de los asuntos públicos a un puñado de ambiciosos que persiguen  el poder con el objetivo de precautelar sus intereses personales, a través de estrategias para despolitizar, desmovilizar y manipular a los sujetos sociales recuperados en esta década. Quieren despojar al ciudadano de a pie del arte de tomar decisiones.
Los seres humanos somos sujetos políticos por naturaleza, por lo tanto no podemos mantenernos al margen de lo que ocurre en el país, los asuntos del Estado son responsabilidad de los gobernantes, y más aún de los ciudadanos que se constituyen en el pueblo soberano, en este sentido debemos cumplir con nuestro deber, hacer uso permanente de una democracia participativa y tomarnos el espacio público para hacer uso de nuestra libertad de expresión y pensamiento.
La transformación social es un proceso colectivo que nace con base a  utopías que, a medida que avanza, se convierte en realidades que permiten construir  el país de nuestros sueños. Para que estos procesos sean sostenibles y sustentables en el tiempo y espacio es necesario dotarle de principios transversales al ejercicio político: humildad, integralidad, sinceridad y voluntad, principios propios de nuestra cultura andina, considerados muy poco en la cultura occidental.
Hay que tener humildad para aceptar que en 10 años avanzamos como país, no se trata de Rafael Correa, ni de Alianza PAIS, todo un pueblo mejoró sus condiciones de vida, intentando recuperar la integralidad del ser humano. Hay que cultivar la sinceridad para reconocer que el punto de partida de este nuevo país es la voluntad del pueblo y de un líder que luchó por transformar la realidad. Hay que ser sincero y reconocer que el país quedó enrumbado para alcanzar el desarrollo y la prosperidad. Así mismo hay que tener sinceridad para reconocer que no todo se hizo bien y que aún hay prácticas culturales, sociales y políticas que hay que  desterrar y transformar.
El proyecto en  10 años no logró erradicar la cultura de la queja y de la viveza criolla, dónde el más sabido es el que logra acomodarse,  y donde los que menos aportan a la construcción de una cultura política son los que más se quejan y lloran.
Finalmente hay que tener voluntad para profundizar el proyecto político de transformación social desde una posición crítica y autocrítica, sin desapegarse de los principios y valores  con los que nació, que son de propiedad del pueblo ecuatoriano.

Autor: El Valor de la Palabra 

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