Las organizaciones sociales, funcionarios, políticos, periodistas y ciudadanos han olvidado dos elementos sustanciales para el desarrollo de los pueblos: la ética, entendida como el deber ser de la especie humana, que influye en la construcción de una sociedad más justa, equitativa y solidaria. Por otro lado, se ha creado y difundido una percepción negativa de la política en la opinión pública al vaciarla de contenido y al alejarla de la vida cotidiana de los ciudadanos.
Se pretende posicionar en el imaginario colectivo que la
política es sinónimo de corrupción, de
deshonestidad; una mala palabra, induciendo al ciudadano a la desidia frente a
los asuntos públicos. Se pretende encargar esta práctica exclusivamente a los
representantes de elección popular y a
los partidos políticos.
Después de 10 años de democratización de la política, a
través de medios, formas, espacios y dimensiones, se ha iniciado el proceso de
encargo de los asuntos públicos a un puñado de ambiciosos que persiguen el poder con el objetivo de precautelar sus
intereses personales, a través de estrategias para despolitizar, desmovilizar y
manipular a los sujetos sociales recuperados en esta década. Quieren despojar
al ciudadano de a pie del arte de tomar decisiones.
Los seres humanos somos sujetos políticos por naturaleza, por
lo tanto no podemos mantenernos al margen de lo que ocurre en el país, los
asuntos del Estado son responsabilidad de los gobernantes, y más aún de los
ciudadanos que se constituyen en el pueblo soberano, en este sentido debemos
cumplir con nuestro deber, hacer uso permanente de una democracia participativa
y tomarnos el espacio público para hacer uso de nuestra libertad de expresión y
pensamiento.
La transformación social es un proceso colectivo que nace con
base a utopías que, a medida que avanza,
se convierte en realidades que permiten construir el país de nuestros sueños. Para que estos
procesos sean sostenibles y sustentables en el tiempo y espacio es necesario
dotarle de principios transversales al ejercicio político: humildad,
integralidad, sinceridad y voluntad, principios propios de nuestra cultura
andina, considerados muy poco en la cultura occidental.
Hay que tener humildad para aceptar que en 10 años avanzamos
como país, no se trata de Rafael Correa, ni de Alianza PAIS, todo un pueblo
mejoró sus condiciones de vida, intentando recuperar la integralidad del ser
humano. Hay que cultivar la sinceridad para reconocer que el punto de partida
de este nuevo país es la voluntad del pueblo y de un líder que luchó por
transformar la realidad. Hay que ser sincero y reconocer que el país quedó
enrumbado para alcanzar el desarrollo y la prosperidad. Así mismo hay que tener
sinceridad para reconocer que no todo se hizo bien y que aún hay prácticas culturales,
sociales y políticas que hay que
desterrar y transformar.
El proyecto en 10 años
no logró erradicar la cultura de la queja y de la viveza criolla, dónde el más
sabido es el que logra acomodarse, y
donde los que menos aportan a la construcción de una cultura política son los
que más se quejan y lloran.
Finalmente hay que tener voluntad para profundizar el
proyecto político de transformación social desde una posición crítica y
autocrítica, sin desapegarse de los principios y valores con los que nació, que son de propiedad del
pueblo ecuatoriano.
Autor: El Valor de la
Palabra
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